Dra. Ana Belén
Jiménez Godoy
Directora del
Servicio de Psicología y Psicoterapia
Clínica Mediterránea
de Neurociencias
No ha
sido hasta ahora identificada la causa concreta y única de los trastornos
alimentarios, al igual que tampoco el factor preciso que influye en su
permanencia en el tiempo. Una perspectiva multicausal y un abordaje
multidisciplinar se hace cada vez más plausible ante este tipo de
problemáticas. Desde el planteamiento de una etiología multifactorial lo que ha
quedado claro es que una serie de factores biológicos, psicológicos y socioculturales,
parecen jugar su partida al respecto y mediante un ejercicio interactivo entre
ellos desvelan y perpetúan este tipo de enfermedades. Es así como se ha hablado
de “factores precipitantes” de la
enfermedad, “factores facilitadores”
y “factores mantenedores” de la
misma. Entre estos tres factores entraría en juego el papel de la familia que,
de alguna manera, se ha demostrado que influye en el desarrollo de las
conductas que siguen a esta enfermedad, conductas que tienen que ver con esa
necesidad de estar delgado/a, el miedo irracional a engordar, los sentimientos
de culpa, la necesidad de no tener nada dentro, los vómitos, etc.
En este sentido, el influjo familiar, en lo que se refiere al origen y mantenimiento de esta enfermedad, es algo que se ha hecho
evidente en numerosos estudios y no con ánimos de culpabilizar de forma
unilateral a la familia, sino con el propósito de entenderla como un recurso de
salud fundamental para la prevención y el tratamiento de esta problemática. Ha
sido así repetida la idea de que ciertos factores desadaptativos de la familia
-emocionales, comunicativos y comportamentales- desempeñan una función
prioritaria en el desencadenamiento y cronicidad de este trastorno tan
llamativo en nuestro tiempo. Los estudios de este tipo de familias en las que
algún miembro padece dicha enfermedad revelan datos acerca del estilo
comunicativo más común en las mismas, apuntando que los mensajes que los padres
envían se caracterizan por el gran afecto mostrado hacia sus hijas/os pero con
una manifestación precaria en la escucha de sus propias necesidades y
sensaciones. Son datos también relevantes los que se muestran respecto a la
vulnerabilidad heredable de frecuentes enfermedades psiquiátricas asociadas a
algún otro miembro de la familia, concretamente el 28% sufren trastornos
afectivos mayores, un 39% alcoholismo y un 16% dependencia a determinadas
sustancias. Otros estudios emparentan a estas familias y, en concreto, a las
figuras parentales, con “conductas alexitimicas”, es decir, con aquella
incapacidad para describir sentimientos, identificarlos, expresarlos,
distinguir sentimientos con sensaciones, estilo cognitivo orientado a lo
externo, etc. En definitiva los estilos cognitivos, emocionales y conductuales
de la familia han sido considerados repetidamente como factores de riesgo y de
mantenimiento de este tipo de patologías.
Paralelamente,
y en el ámbito de la intervención,
otras investigaciones nos han hecho eco del hecho de tomar como elemento
predictivo en la curación la disponibilidad de toda la familia a someterse e
involucrase en un trabajo terapéutico. La denominada “Terapia Familiar”,
amparada por sólidos estudios, supone un giro copernicano y un suplemento a la
visión habitual de los tratamientos centrados en el individuo que porta dicho trastorno. Es así
como, desde este tipo de planteamiento terapéutico, se parte del supuesto de
que el paciente resulta ser, de alguna manera, el “chivo expiatorio” que
mantiene en el tiempo determinadas dinámicas familiares disfuncionales enmascaradas,
las cuales ofrecen una influencia poderosa sobre este tipo de trastorno. La
eficacia, por tanto, del complemento de una psicoterapia familiar se hace
evidente e inexcusable.
Los
trastornos alimentarios se han inscrito, a raíz de numerosos estudios, como un
“problema de afirmación de la identidad”, una identidad que se despliega en un
contexto concreto y que no se forja en solitario. Es así como es más que
característica la manifestación de serias dificultades a la hora de alcanzar la
sana independencia emocional por parte del paciente que encarna el problema, en
unas dinámicas familiares que, en general, resultan ser muy opresivas. La
rigidez manifiesta en este tipo de familias suele impedir articular
alternativas para enfrentar situaciones tales como la autonomía de ese hijo/a
paciente. Los familiares de pacientes con este tipo de problemática suelen
presentar dinámicas concretas y respuestas que van desde unos sentimientos de
culpa crecientes, hasta una dificultad clara en la resolución de los conflicto
habituales que los adolescentes y jóvenes suelen presentar. Esta serie de
trabas a la hora de resolver los problemas dificultan notablemente el
desarrollo armónico de la identidad retardada de ese/a paciente que sufre y del
núcleo global de la familia. El inconveniente frecuente es que este tipo de
familias suelen negar el conflicto, evitando así profundizar en él, y no nos
referimos aquí al único problema percibido por la familia, sino a lo que debajo
de él suele subyacer: unas dificultades relevantes para crecer de modo adecuado
en un contexto enmarañado. Otra de las dificultades presentes en el marco de
los problemas de los Trastornos de la alimentación es también que esas personas
protagonistas de la enfermedad suelen sentirse sumamente seguras con su
negativa a comer o con su imposibilidad para dejar de hacerlo. Estas personas,
sin olvidar el marco de las dinámicas relacionales que les rodean, suelen
sentirse incluso cómodas con su actitud ya que de alguna manera les protege,
algo que se ha interpretado –desde la Terapia Familiar- como una estrategia
inconsciente y poco adaptativa para afirmarse de algún modo en un contexto
complejo, pero de una forma que hace sufrir a toda la familia. La clave
derivada de estos inconvenientes y particularidades es que, más que el
diagnóstico de este tipo de problemática, lo que sin duda deja cancha a un
trabajo arduo es el tratamiento psicoterapéutico. Es aquí donde la Terapia
Familiar y, en concreto, los terapeutas familiares, pueden llegar a
sensibilizar y tratar de proveer a esas familias, en las que un miembro
presenta Trastornos de la alimentación, de elementos para reflexionar acerca de
unas relaciones más funcionales y estrategias para afrontar y mitigar patrones
que sumen a toda la familia en el sufrimiento.
La
singularidad de los factores que influyen
en la eficacia de la Terapia Familiar tienen que ver con aspectos tales
como: la inclusión de toda la familia en la sesión de terapia; la inducción a
la reflexión acerca del comportamiento y las dinámicas no sólo de la paciente
sino de todos en su conjunto; la idea de poner a los miembros de toda la
familia al mismo nivel; el estimular las relaciones familiares más abiertas y
sanas; la idea de tomar el síntoma como algo activo más que pasivo, es decir,
como reacción a una dinámica más amplia; la disminución de la atención
unilateral de los padres ante el síntoma, pasando por la peculiaridad de sus
relaciones y formas de comunicarse; el reforzamiento de la autonomía y
responsabilidad del/a enfermo/a; la estimulación de la cooperación entre los
miembros; la evitación de los sentimientos de culpa y fracaso; la recuperación
de las capacidades y recursos de la familia; la superación del miedo a la
maduración del paciente; la recuperación de un liderazgo funcional, etc.
Como
cabe suponer, parece clara la necesaria intervención familiar, sin dejar aquí
la opción a entender que la familia resulta ser la única responsable de un
asunto tan laberíntico y dificultoso, pero sí un recurso de salud importante
para influir en ese entramado complejo de relaciones culturales, sociales y
personales. En este sentido, nos incluimos los terapeutas familiares como
responsables a la hora de dar respuestas a las necesidades que en este tipo de
familias subyacen, partiendo, en un principio, de esta sucinta sensibilización
ante el tema.
Soy Silvia Merchan. Muchas gracias Ana por todo lo q me has ayudado y espero q pronto podamos vernos para recuperar la terapia
ResponderEliminar