miércoles, 30 de enero de 2013

SENTIMIENTOS HUMANOS


Paloma C. Navarro Gómez. Psiquiatra.
No existe un ser humano que no haya conocido sentimientos y emociones como envidia, odio, amor y deseos, de forma más o menos constante.

Una de las diferencias con los animales es que tenemos razón y capacidad de decidir qué actitud tomamos frente a la vida, tenemos capacidad de amar sin censuras u odiar “a muerte” y capacidad de poder disfrutar a veces de nuestros deseos.

Hay otras veces que es al revés, hay decisiones vitales en las que no nos permitimos desear cosas y lo reprimimos de forma consciente o de forma inconsciente y aparecen  en este último caso cuadros en psiquiatría complejos como la patología psicosomática o cuadros de histeria (cojeras psicológicas, gritos incontrolables, parálisis del brazo sin causa médica, etc.) que tan frecuentes eran en el siglo XIX (el siglo de la represión del deseo como estilo vital).

El sujeto mezclado con la realidad, el “individuo social”, tiene que tener conflictos. Es imposible que un terapeuta trabaje “bien” con una persona sin tener en cuenta el contexto social en que vivimos ¿son las mismas demandas de hoy en psiquiatría que las que había después de la guerra civil? El equilibrio del individuo pasa obligadamente por las tres dimensiones fundamentales en su vida: la pública, la privada y la íntima (estar en paz contigo mismo): en todas influye el contexto social en que nos toca vivir, sobre todo en la parte íntima.

Tan importante es el contexto social, que en la revolución romántica del XIX se veía normal batirse en duelo dos hombres para salvar su honor, era un acto normalizado socialmente que hoy nos parecería ridículo o la “alienación” a la que ha estado sometida en otras épocas la mujer española, al mantenerla en un estado de estupidez perpetuo y que tanto llenó las consultas de psiquiatría de analfabetismo, incomunicación y miedo a expresarse, problemas sexuales, viudedad forzada, depresiones leves sustentadas sobre conflictos psicológicos (hoy llamadas distimias) etc.

AGRESIVIDAD
El ser humano tiene agresividad innata. Pasar de la agresividad a la violencia es un acto voluntarioso. No se puede hacer en el sentido ético, humano ni social. Hay personas más agresivas que otras, pero la razón y los valores que cada uno se va construyendo en un largo camino personal, te pueden  permitir parar ese huracán.

Tantas horas al día haciendo cosas que no queremos… normal que vayamos acumulando grandes dosis de rabia, la cual está muy relacionada con la capacidad de expresar lo que queremos realmente hacer o no. Unos sienten la rabia en la mandíbula, otros en los puños, otros en los músculos  y otros tienen el mecanismo de defensa mental tan estructurado que, en vez de notar corporalmente que están rabiosos, la persona se va a comprar compulsivamente al supermercado varias cosas que no necesita o  pone el coche a 180 Km. En la consulta nos percatamos que debajo de personas rabiosas contenidas, lo que hay es mucho dolor y a veces un trastorno depresivo enmascarado. No sé en qué punto vamos creciendo y considerando que sólo la gente que siempre está templada es la que está en paz consigo mismo.


ODIO
Un gran terapeuta dijo “a veces las aguas más tranquilas, son las más podridas”.

En esto de lo sentimientos el concepto de normalidad induce a confusión. Hay amores anómalos y odios normales y pasajeros. El odio va encaminado a la destrucción literal de alguien, ésa es su función. Hay gente que no conoce el odio, tampoco podría entenderlo, es como que un ciego entienda lo que es el rojo ¿quién no habrá odiado alguna que otra vez?.
Odiamos con la pretensión de que nuestra identidad esté a salvo de ese alguien que la amenaza, luego pienso que cuanta mayor integridad y seguridad personal, menos odio existirá en mí. Nadie feliz, satisfecho de sí, puede odiar compulsivamente.
El odio inducido es un aprendizaje emocional y sentimental; es decir se aprende a odiar también. Esos odios que se transmiten de generación en generación son el resultado de ese aprendizaje. Esto se ve claro en los jóvenes de hoy (el odio une al grupo adolescente). Odiar tiene su precio: es ese estado de impotencia y amargura que no te deja vivir en paz.

No por el hecho de que nos paguen, los terapeutas tenemos que decir a todo que esta bien, lo que podemos ofrecer en terapia es confianza y no enjuiciar ni censurar. La violencia es una conducta indeseable de la que tú eres responsable y si se trabaja en terapia hay que empezar por ahí, por dar la responsabilidad del acto.

Calificar si es normal o no un sentimiento por el objeto que lo provoca es un grave error, se puede amar y desear a personas, cosas, plantas (se puede amar una rosa), animales (Francisco de Asís amaba a los lobos, a los perros, etc.), deportes, aficiones, etc.

DESEO
Hablando tanto de derechos humanos, el individuo “tiene derecho a sus deseos”. Que luego pueda llevarlos a cabo dependerá de varias cosas; desear un objeto inalcanzable por el motivo que sea te llevará a la fantasía que es más patológica que la realidad.
El rechazo mental del deseo (no aceptarlo) conduce a la represión y aparecen los conflictos emocionales que acaban produciendo ansiedad, obsesiones, fobias, enfermedades físicas, etc., o lo que es peor, insatisfacción contigo mismo.
 
Todos somos responsables de ir satanizando emociones y sentimientos normales y enjuiciando a aquellos que se permiten lo que nosotros no podemos. Muchas veces cuando alguien critica ferozmente y con saña algún sentimiento o emoción del prójimo, es por no poder permitírselo él  y además, te lo muestra como una hazaña, “mira yo es que soy así, eso no lo necesito”. La tolerancia en este sentido, parece que pasa por mirarte más que al otro, tus necesidades y carencias emocionales. Una cosa es criticar y otra difamar o calumniar a alguien, esto es una forma sutil de odio.

 
TRISTEZA
Si partimos de que la agresividad, el deseo, el odio, la envidia y la tristeza es algo normal en el ser humano, en psiquiatría hay que prestar atención a las quejas físicas del paciente, por que los sentimientos reprimidos salen en forma de úlceras, de dolores de cabeza, dolor de articulaciones (enfermedades psicosomáticas). El cuerpo se defiende como puede. Mejor sentir que reprimir.
El ser humano en el siglo de oro del positivismo máximo, no puede estar triste, la tristeza vital como emoción normal, no se tolera. Nos decimos todos “me estaré poniendo enfermo”, “no podré soportarlo”, incluso lo notamos también en el consumo de tabaco compulsivo, con alcohol a borbotones, comida a deshoras, llamadas a móviles y facturas impagables o incluso tomando antidepresivos. Nos inventamos como los norteamericanos depresiones sustentadas sobre los acontecimientos vitales normales ( los life events) como la depresión posvacacional, la depresión del nido vacío, la depresión por un divorcio, son estados normales de tristeza vital, salvo que realmente la persona no pueda superarlo sola o sea duradero.

 
SENTIMIENTOS QUE FLUYEN

Los sentimientos nos ofrecen una amplia gama que debemos tener presentes y manejarlas con sabiduría.
La agresividad nos defiende del peligro como los animales, el odio nos permite a veces deshacernos de quien nos estorba aunque sea fantaseando y mentalmente, la tristeza vital es parte de la vida. El camino de buscar tu propio proyecto de identidad se asemeja a las aguas de un río, ir conociéndolo es aceptar las emociones normales sin censurarlas, no mirar tanto el agua del otro, contemplar tus propias aguas, ruidosas y turbulentas cuando las necesites, calmadas y en paz en otras, pero cada vez las verás más transparentes y limpias. El río está en movimiento, nuestros sentimientos también.

miércoles, 23 de enero de 2013

LA PERSONALIDAD LÍMITE: MÁS ALLÁ DEL CARÁCTER

Dra. Paloma C. Navarro Gómez
Psiquiatra. Clínica Mediterránea de Neurociencias.

Vivir una vida análoga a una telenovela es vivir la vida de una personalidad límite....

Así se refiere a la personalidad límite uno de los manuales más conocidos en psiquiatría. Actualmente en urgencias y unidades de agudos, consultas privadas y unidades de salud mental existe un gran número de pacientes y familiares que demanda ser atendido de una forma desesperada. Presentan una especie de caos emocional que interfiere enormemente en la forma de llevar la vida cotidiana con normalidad (dificultad para centrarse en los estudios, mantener el empleo, cambios constantes de objetivos y aspiraciones, problemas de relaciones interpersonales y en general para mantenerse vivo sin hacerse daño). Muchas veces se sienten solos, incomprendidos, confusos, perdidos, incompletos, abandonados, y no entienden qué les ocurre. Se trata de personas especialmente vulnerables y sensibles. Muchas de estas personas tienen un amplio historial clínico con frecuentes ingresos en urgencias por autolesiones recurrentes, intentos de suicidio, intoxicación por abuso de sustancias o episodios agresivos, que ponen en peligro su vida y en ocasiones la de los demás. Dicen no encontrar una identidad propia ni una explicación a su sensación de vacío, a sus reacciones impulsivas de ira y/o de autodestrucción.

De todos los trastornos de personalidad el TLP (trastorno límite de personalidad) es probablemente el más diagnosticado. Representa el 2-3% de la población, casi un 25% de todos los hospitalizados y el 15% de los pacientes ambulatorios.

Las personas con un trastornos de la personalidad presentan un carácter patológico que dificulta la convivencia consigo mismos y con los demás, todo esto de una forma repetitiva, automática y permanente en su vivir diario. Según qué tipo de rasgos de carácter predominen, se podrá hablar de un tipo u otro de trastorno de personalidad.

Pero más allá de los tipos, lo que importa es que ese desequilibrio emocional (que es lo nuclear) y en consecuencia vital, común en casi todos, crea una angustia a veces devastadora que se trasluce apareciendo en su vivir diario como dificultades en la familia, el trabajo, amigos, parejas, así como conductas anómalas por las que se expresa este desequilibrio: adicciones, trastornos alimentarios, violencia física y/o verbal, autoagresiones e intentos suicidas. Muchas veces estas conductas son vías de escape a esta gran angustia que sufren, pero no su patología central que sería como hemos dicho el carácter patológico.

El abordaje aunque debe ser integral (fármacos cuando existan síntomas y psicoterapia) podríamos centralizarlo en una psicoterapia en profundidad y de larga duración ya que es la vía más sanadora para personas con dificultades caracteriales dejando la farmacología y los ingresos hospitalarios para la contención de conductas de riesgo. No obstante, cada vez más en estos pacientes se han empezado a realizar tratamientos (hospitalizaciones) de larga duración buscando siempre una reinserción social que sería el último peldaño a subir: readaptarse de nuevo a su vida habiendo trabajado esos aspectos cognitivos y emocionales en profundidad.

viernes, 18 de enero de 2013

EL CONCEPTO SOCIOCULTURAL DE DROGA HOY

Óscar Guinea
Psicólogo.  Servicio de Psicología y Psicoterapia
        
Los medios de comunicación nos bombardean sobre el aumento del consumo de determinadas drogas en nuestro país, así como con campañas publicitarias sumamente agresivas sobre los daños de los consumos de drogas. Los padres están muy preocupados sobre lo que hacen o dejan de hacer sus hijos al respecto. Algunos, incluso, consideran el consumo de drogas como una de las lacras de nuestra sociedad globalizada. Mientras, una proporción importante de gente joven (y no tan joven) las consumen, incluso haciendo apología de ellas.
Parece que estamos en una sociedad polarizada con respecto al consumo de drogas, de tal manera que al hablar de ellas: o uno está a favor de su consumo y su legalización, o uno está en contra de ellas adoptando actitudes de demonización. Es como si no existiera un término medio: o son buenas o son malas. Quizás olvidamos que las drogas son sustancias que al ser ingeridas producen una  serie de reacciones fisiológicas y emocionales. Quizás olvidamos que las sustancias son entes inanimados que por sí solas son inocuas. Quizás olvidamos que el hecho de consumirlas es una decisión individual y que dependiendo de muchos factores – conocimiento sobre los efectos, estado emocional en el que nos encontramos antes de ingerirlas o expectativas que tengamos sobre ellas- el efecto será uno u otro.
Por eso me gustaría limitar el concepto de droga.  Se podrían catalogar con respecto al efecto que producen en el sistema nervioso, a la distinción entre drogas duras y drogas blandas o la distinción entre drogas legales e ilegales. Entrar en cada una de estas categorías poco aporta al tema, por eso prefiero hablar de drogas  en términos de usos o abusos.
Con respecto a cualquier droga se consideran cuatro posibilidades de consumo: la decisión de no consumirla, el consumo esporádico o habitual controlado, el abuso  y la dependencia.
El primer tipo no despierta ninguna duda. Los segundos son los que, aún consumiéndolas, éste no afecta a sus actividades diarias. Los del tercer grupo son los que, a pesar de que pueden estar  temporadas sin ingerirlas, cuando lo hacen sufren consecuencias perjudiciales en el área personal y de salud, en la relación con las personas de su entorno y/o dificultades económicas, laborales o legales. Finalmente, el consumidor dependiente es el que toda su vida gira alrededor del consumo de la sustancia. James Frey lo describe en su libro “En mil pedazos”: “Un adicto es un adicto. Da igual la raza, el estatus social o económico. Da igual que la adicción sea de drogas, alcohol, crimen, sexo, compras, juegos de azar, comida, televisión o los Picapiedra. La vida del adicto es siempre igual. No tiene emoción, no tiene atractivo, no tiene diversión. No hay momentos buenos, no hay alegría, no hay felicidad. No hay futuro y no hay salida. Sólo una obsesión (…)”
Con respecto a la existencia de drogas en nuestra sociedad, es necesario asumir que las drogas han coexistido a lo largo de la historia de la humanidad, la búsqueda en el ser humano de elementos que le hagan sentir placer y eviten el malestar es una constante. La cuestión está en que hay personas que pueden controlar su consumo y otras que no pueden hacerlo. Casanova decía al respecto “En manos sabias, el veneno es medicina; en manos necias la medicina es veneno.”
¿De qué depende, parafraseando a Casanova, ser un sabio o un necio en lo que respecta al consumo de drogas?
Primeramente es necesario conocer la sustancia que se consume, efectos y dosis de seguridad. En segundo lugar es primordial tener diferentes inquietudes, pues las sustancias pueden ser un medio de profundizar en uno mismo, pero no el único. En tercer lugar es necesario tener un equilibrio entre el trabajo, el ocio y las relaciones familiares. Finalmente capacidad de autocontrol.  Con respecto a esto último Burke decía “Está dispuesto en la constitución eterna de las cosas que quienes carecen de moderación no pueden ser libres. Sus pasiones forjan sus grilletes.”  
 
El consumidor de sustancias, especialmente de aquellas que son adictivas, ha de ser consciente de que cuando uno ha pasado la barrera del consumo no problemático, entendiéndose éste por consumo esporádico o habitual, al consumo problemático, ya sea en forma de abuso o adicción, no hay posibilidad de retorno. Puede conseguir la abstinencia, en muchos casos es necesaria la ayuda de un equipo multidisciplinar (psicólogos y psiquiatras) especializado en el tratamiento de adicciones para conseguirla, pero es improbable que consiga volver a tener un consumo moderado de dicha sustancia; incluso aunque fuese capaz de adquirir las habilidades comentadas en el párrafo anterior, la droga ha quedado registrada en ese cerebro y un solo consumo sería suficiente para volver al consumo problemático.
 

 

           

             

 

martes, 8 de enero de 2013

Tratorno Generalizado del Desarrollo

Dra. Auxi Javaloyes
Directora del Servicio de Salud Mental del Niño y del Adolescente

¿En qué consisten los trastornos generalizados del desarrollo infantiles?
Aunque las etapas  iniciales  del desarrollo son momentos de gran plasticidad a nivel neurológico y de ahí que podamos ver a veces variaciones dentro de la normalidad, existen alteraciones del neurodesarrollo que van a manifestarse desde los primeros años de vida y van a persistir en las distintas fases del desarrollo del niño.
Estas alteraciones pueden desarrollarse a nivel físico (alteraciones motóricas  y/o sensoriales) como a nivel psicológico (alteraciones conductuales, emocionales y  relacionales).
Son estos últimos aspectos del desarrollo (emociones, conducta y relación con el entorno) los que van a marcar la esencia de los trastornos generalizados del desarrollo también conocidos como trastornos del espectro autista. Los trastornos generalizados del desarrollo se caracterizan por alteraciones en el área de las relaciones sociales y la comunicación y por un patrón de intereses muy restringido. Lo que vamos a ver por tanto son niños y niñas que desde los primeros años de vida presentan alteraciones en el lenguaje tanto verbal como no verbal, problemas para relacionarse con iguales (a veces con tendencia al aislamiento) y un nivel muy rígido de intereses que les lleva a presentar alteraciones en el patrón de juego.
De todas las etiquetas diagnósticas que se utilizan en salud mental infantil, las de estos problemas son las mas complejas de entender tanto por las palabras que se utilizan (trastorno, generalizado, espectro…) como por los perfiles tan diferentes que pueden tener niños con el mismo diagnóstico (en el mismo diagnóstico tendríamos a niños autistas que presentan una problemática muy grave con retraso mental y a niños con síndrome de Asperger que tienen sólo pequeños desajustes en las facetas arriba descritas y una buena capacidad intelectual).
Existe además un debate abierto sobre la frecuencia de este diagnóstico, detectándose un aumento claro de niños con estos síntomas en los últimos años. Por este motivo va  ser muy importante que conozcamos bien esta patología.
 ¿Cómo se detectan? ¿Cuándo pueden surgir las mismas?
Existen signos de alarma que vamos a poder detectar en el primer año de vida, pero generalmente el diagnóstico se realiza entre el segundo y tercer año de vida. En función de la gravedad del diagnóstico y de que exista o no un retraso mental asociado, el diagnóstico va a ser más fácil de realizar a una edad temprana.
Suele ser el retraso de lenguaje (aunque en algunos casos el lenguaje se instaura de forma precoz) el signo de alarma más claro. También en el área del juego y la interacción tanto con adultos como con otros niños se pueden detectar desajustes claros (tendencia a estar solo, no interés por los juguetes, no mantiene la mirada, parece estar sordo o poco conectado con el entorno…). Además puede aparecer cierta rigidez que en ocasiones se manifiesta como manías en áreas como la alimentación, el juego o la televisión.
Como contraste a estas dificultades, pueden aparecer desde la primera infancia áreas de habilidad especial, sobre todo en lo relacionado con lo visual (reconocer logotipos, darse cuenta de pequeños detalles…).
 
 ¿Qué tipo de casos llegan a la Clínica Mediterránea de Neurociencias?
Cada vez más llegan a la consulta niños más pequeños (a partir de los catorce meses) ya que tanto los profesionales de la pediatría como las familias están más sensibles a estas alteraciones del desarrollo. La mayoría de los casos acuden a consulta entre los tres y los cuatro años, que coincide con el primer año del preescolar, y es cuando algunas de estas alteraciones se hacen claramente visibles debido a la exigencia que supone el contexto escolar. Por desgracia, siguen también llegando a la consulta niños mayores y adolescentes, que en ocasiones presentan ya una trayectoria de problemas en la esfera social, académica y personal de varios años de evolución y en los que no se ha realizado un diagnóstico adecuado de su problemática.
Además de la entrevista clínica y la observación del niño, va a ser importante para confirmar el diagnóstico que se realice una evaluación de aspectos como el juego, las habilidades sociales y el lenguaje. También es importante la recogida de información del centro escolar.
 
¿Existen diferencias de género en los trastornos generalizados del desarrollo infantiles?
 En los trastornos generalizados del desarrollo existe una diferencia muy clara entre sexos. De cada diez niños diagnosticados sólo dos van a ser niñas. Esto confirma que existe una base claramente biológica de estos diagnósticos.
¿Cuáles son las pautas de intervención y/o tratamiento?
Una vez  confirmado el diagnóstico, la intervención debe centrarse en potenciar las habilidades comunicativas (lenguaje verbal y no verbal), las habilidades sociales, mejorar el patrón de juego y trabajar empatía y situaciones sociales. De forma paralela hay que intervenir en el aprendizaje, donde pueden existir dificultades en la lectroescritura y en la comprensión. Cuando más predecible  y estructurado esté el entorno del niño, mejor va a ser el ajuste conductual y la capacidad de avanzar y mejorar.
Es importante planificar una intervención integral que incluya  logopedia, psicología, psicopedagogía y psiquiatría. En algunos casos en los que la sintomatología es muy severa, se puede utilizar medicación que ayude a rebajar la gravedad de los síntomas.
¿Cómo es el papel de la familia en los trastornos generalizados del desarrollo infantiles?
La familia juega un papel esencial en la detección de este diagnóstico. Es muy importante apoyarlos en el proceso diagnóstico. De igual manera, en la intervención van a ser  los co-terapeutas por lo que es muy importante que sean conocedores de las pautas específicas para el manejo de estos diagnósticos.
¿Y el de los maestros?
La escuela tiene dos funciones esenciales: la de aprendizaje y la socializadora. En estas áreas es donde los niños con trastornos generalizados del desarrollo tienen mayor dificultad y por tanto las intervenciones desde este contexto son imprescindibles para una buena evolución. Con la excepción de los niños que tienen un retraso mental que van a precisar de escolarización en recursos específicos, los niños con trastorno generalizado del desarrollo  van a escolarizarse en aulas ordinarias.
Es importante realizar los ajustes necesarios tanto a nivel de recursos (logopedia, psicopedagogía y pedagogía terapéutica, como de estrategias específicas que favorezcan el aprendizaje y las habilidades sociales. 
 
¿Considera que la sociedad tiene suficiente información al respecto?
Aunque en los últimos años se han producido avances sociales tanto a nivel de conocimientos como de integración de niños con trastornos generalizados del desarrollo, existe todavía una necesidad clara de avanzar en este área. Las asociaciones de familiares y los profesionales que trabajamos en este campo jugamos un papel esencial en la formación y la divulgación de estos conocimientos.
 
¿Existen medios y/o recursos suficientes para paliar las limitaciones que presentan?
Los recursos multidisciplinarios especializados en este campo son escasos.  En la mayoría de los casos la familia pasa por distintos profesionales y recursos hasta encontrar la ayuda adecuada. Aunque existen algunas ayudas para estas familias, son también limitadas, por lo que a la dificultad para encontrar profesionales y recursos especializados hay que sumar el coste económico que supone para las familias. Por este motivo es importante seguir avanzando en el proceso de coordinación, gestión y creación de recursos y ayudas específicas para niños con estos diagnósticos.
 

jueves, 3 de enero de 2013

TRASTORNOS ALIMENTARIOS: La familia como recurso terapéutico


Dra. Ana Belén Jiménez Godoy
Directora del Servicio de Psicología y Psicoterapia
Clínica Mediterránea de Neurociencias

No ha sido hasta ahora identificada la causa concreta y única de los trastornos alimentarios, al igual que tampoco el factor preciso que influye en su permanencia en el tiempo. Una perspectiva multicausal y un abordaje multidisciplinar se hace cada vez más plausible ante este tipo de problemáticas. Desde el planteamiento de una etiología multifactorial lo que ha quedado claro es que una serie de factores biológicos, psicológicos y socioculturales, parecen jugar su partida al respecto y mediante un ejercicio interactivo entre ellos desvelan y perpetúan este tipo de enfermedades. Es así como se ha hablado de “factores precipitantes” de la enfermedad, “factores facilitadores” y “factores mantenedores” de la misma. Entre estos tres factores entraría en juego el papel de la familia que, de alguna manera, se ha demostrado que influye en el desarrollo de las conductas que siguen a esta enfermedad, conductas que tienen que ver con esa necesidad de estar delgado/a, el miedo irracional a engordar, los sentimientos de culpa, la necesidad de no tener nada dentro, los vómitos, etc.



En este sentido, el influjo familiar, en lo que se refiere al origen y mantenimiento de esta enfermedad, es algo que se ha hecho evidente en numerosos estudios y no con ánimos de culpabilizar de forma unilateral a la familia, sino con el propósito de entenderla como un recurso de salud fundamental para la prevención y el tratamiento de esta problemática. Ha sido así repetida la idea de que ciertos factores desadaptativos de la familia -emocionales, comunicativos y comportamentales- desempeñan una función prioritaria en el desencadenamiento y cronicidad de este trastorno tan llamativo en nuestro tiempo. Los estudios de este tipo de familias en las que algún miembro padece dicha enfermedad revelan datos acerca del estilo comunicativo más común en las mismas, apuntando que los mensajes que los padres envían se caracterizan por el gran afecto mostrado hacia sus hijas/os pero con una manifestación precaria en la escucha de sus propias necesidades y sensaciones. Son datos también relevantes los que se muestran respecto a la vulnerabilidad heredable de frecuentes enfermedades psiquiátricas asociadas a algún otro miembro de la familia, concretamente el 28% sufren trastornos afectivos mayores, un 39% alcoholismo y un 16% dependencia a determinadas sustancias. Otros estudios emparentan a estas familias y, en concreto, a las figuras parentales, con “conductas alexitimicas”, es decir, con aquella incapacidad para describir sentimientos, identificarlos, expresarlos, distinguir sentimientos con sensaciones, estilo cognitivo orientado a lo externo, etc. En definitiva los estilos cognitivos, emocionales y conductuales de la familia han sido considerados repetidamente como factores de riesgo y de mantenimiento de este tipo de patologías.

 
Paralelamente, y en el ámbito de la intervención, otras investigaciones nos han hecho eco del hecho de tomar como elemento predictivo en la curación la disponibilidad de toda la familia a someterse e involucrase en un trabajo terapéutico. La denominada “Terapia Familiar”, amparada por sólidos estudios, supone un giro copernicano y un suplemento a la visión habitual de los tratamientos centrados en el  individuo que porta dicho trastorno. Es así como, desde este tipo de planteamiento terapéutico, se parte del supuesto de que el paciente resulta ser, de alguna manera, el “chivo expiatorio” que mantiene en el tiempo determinadas dinámicas familiares disfuncionales enmascaradas, las cuales ofrecen una influencia poderosa sobre este tipo de trastorno. La eficacia, por tanto, del complemento de una psicoterapia familiar se hace evidente e inexcusable.

Los trastornos alimentarios se han inscrito, a raíz de numerosos estudios, como un “problema de afirmación de la identidad”, una identidad que se despliega en un contexto concreto y que no se forja en solitario. Es así como es más que característica la manifestación de serias dificultades a la hora de alcanzar la sana independencia emocional por parte del paciente que encarna el problema, en unas dinámicas familiares que, en general, resultan ser muy opresivas. La rigidez manifiesta en este tipo de familias suele impedir articular alternativas para enfrentar situaciones tales como la autonomía de ese hijo/a paciente. Los familiares de pacientes con este tipo de problemática suelen presentar dinámicas concretas y respuestas que van desde unos sentimientos de culpa crecientes, hasta una dificultad clara en la resolución de los conflicto habituales que los adolescentes y jóvenes suelen presentar. Esta serie de trabas a la hora de resolver los problemas dificultan notablemente el desarrollo armónico de la identidad retardada de ese/a paciente que sufre y del núcleo global de la familia. El inconveniente frecuente es que este tipo de familias suelen negar el conflicto, evitando así profundizar en él, y no nos referimos aquí al único problema percibido por la familia, sino a lo que debajo de él suele subyacer: unas dificultades relevantes para crecer de modo adecuado en un contexto enmarañado. Otra de las dificultades presentes en el marco de los problemas de los Trastornos de la alimentación es también que esas personas protagonistas de la enfermedad suelen sentirse sumamente seguras con su negativa a comer o con su imposibilidad para dejar de hacerlo. Estas personas, sin olvidar el marco de las dinámicas relacionales que les rodean, suelen sentirse incluso cómodas con su actitud ya que de alguna manera les protege, algo que se ha interpretado –desde la Terapia Familiar- como una estrategia inconsciente y poco adaptativa para afirmarse de algún modo en un contexto complejo, pero de una forma que hace sufrir a toda la familia. La clave derivada de estos inconvenientes y particularidades es que, más que el diagnóstico de este tipo de problemática, lo que sin duda deja cancha a un trabajo arduo es el tratamiento psicoterapéutico. Es aquí donde la Terapia Familiar y, en concreto, los terapeutas familiares, pueden llegar a sensibilizar y tratar de proveer a esas familias, en las que un miembro presenta Trastornos de la alimentación, de elementos para reflexionar acerca de unas relaciones más funcionales y estrategias para afrontar y mitigar patrones que sumen a toda la familia en el sufrimiento.

 
La singularidad de los factores que influyen en la eficacia de la Terapia Familiar tienen que ver con aspectos tales como: la inclusión de toda la familia en la sesión de terapia; la inducción a la reflexión acerca del comportamiento y las dinámicas no sólo de la paciente sino de todos en su conjunto; la idea de poner a los miembros de toda la familia al mismo nivel; el estimular las relaciones familiares más abiertas y sanas; la idea de tomar el síntoma como algo activo más que pasivo, es decir, como reacción a una dinámica más amplia; la disminución de la atención unilateral de los padres ante el síntoma, pasando por la peculiaridad de sus relaciones y formas de comunicarse; el reforzamiento de la autonomía y responsabilidad del/a enfermo/a; la estimulación de la cooperación entre los miembros; la evitación de los sentimientos de culpa y fracaso; la recuperación de las capacidades y recursos de la familia; la superación del miedo a la maduración del paciente; la recuperación de un liderazgo funcional, etc.

           
Como cabe suponer, parece clara la necesaria intervención familiar, sin dejar aquí la opción a entender que la familia resulta ser la única responsable de un asunto tan laberíntico y dificultoso, pero sí un recurso de salud importante para influir en ese entramado complejo de relaciones culturales, sociales y personales. En este sentido, nos incluimos los terapeutas familiares como responsables a la hora de dar respuestas a las necesidades que en este tipo de familias subyacen, partiendo, en un principio, de esta sucinta sensibilización ante el tema.