Dña. Begoña Martínez Pelegrín
Neuropsicóloga. Coordinadora de la Unidad de Daño Cerebral y Rehabilitación de Enfermedades Neurológicas.
Neuropsicóloga. Coordinadora de la Unidad de Daño Cerebral y Rehabilitación de Enfermedades Neurológicas.
El aumento de la esperanza de vida conlleva la aparición de enfermedades en personas
mayores.
En la actualidad existen
divergencias sobre las bases teóricas del deterioro cognitivo leve (DCL) pero
es un concepto que se usa para definir un síndrome clínico que aparece en
personas mayores donde sucede un deterioro de los procesos mnésicos, es decir,
una alteración en la memoria.
Entre los criterios diagnósticos
que actualmente se utilizan entre los profesionales para catalogar el DCL se
incluyen quejas de pérdida de memoria, preferiblemente corroborado por otra
persona (familiar o cuidador) que deben ser corroboradas mediante la
realización de test neuropsicológicos como una alteración de la memoria con respecto
a lo que correspondería para la edad y
el nivel educativo.
Estudios poblacionales muestran
que la prevalencia del DCL es de un 30% en personas mayores de 65 años. Al
igual que ocurre con las demencias, el DCL aumenta con la edad y con el menor
nivel educacional.
Dicha prevalencia lleva a que
las quejas sobre la función cognitiva de los pacientes sea un motivo creciente
de demanda de atención neurológica, por un lado y de un aumento en la
investigación sobre enfermedades neurodegenerativas y el DCL.Se cree que este grupo de pacientes tiene un riesgo elevado a desarrollar la enfermedad de Alzheimer, sugiriéndose que entre un 10-20%% de estos pacientes desarrollan la enfermedad en comparación con un 1-2% de personas sanas de la misma edad.
La aparición de diferentes
síntomas y la evolución de los mismos suponen que aunque en fases iniciales las
actividades de la vida diaria aparecen conservadas, es a través del tiempo
cuando surge el menoscabo de las mismas, convirtiéndose en una preocupación tanto
de la persona afectada como de la familia, disminuyendo la calidad de vida en este
grupo de población.
Por todo ello se hacen
necesarias dos cuestiones importantes:-La primera de ellas tiene que ver con la detección temprana del cuadro, que resulta de especial importancia dada las tasas de desarrollo de una enfermedad neurodegenerativa posterior.
En la actualidad, tanto la
investigación como la actividad clínica nos han dotado de pruebas diagnósticas
que nos ayudan a detectar estos primeros síntomas, de entre ellas las
evaluaciones cognitivas-neuropsicológicas toman un importante papel. En este
nuevo grupo de pacientes se está desarrollando una amplia línea de investigación
que busca definir factores predictores de demencia y encontrar estrategias
terapéuticas para retardar un deterioro cognitivo mayor, y evitar una mayor
afectación sobre la calidad de vida de estas personas.
Pero no sólo esta detección
recae sobre los profesionales clínicos, sino que un papel fundamental descansa
sobre aquellos que conviven con el afectado. Pequeños olvidos son los primeros
que dan la pista. Descuidos en el hogar como no tender una lavadora, dejar un
cazo en el fuego, pequeños desarreglos en el aseo personal, preguntar varias
veces lo mismo, repetir tareas que se acaban de hacer, olvidarse del nombre de
algunas personas, aumento de síntomas ansiosos o agitación son señales que
pueden pasar desapercibidas y que no tienen por qué significar nada, pero si se
repiten en el tiempo, deben avisarnos de que es posible que un problema esté apareciendo.
-Por otro lado, surge la
necesidad de tratamiento de este grupo
de población. Actualmente no disponemos de ningún recurso que evite la aparición
de una enfermedad neurodegenerativa, pero sí contamos con medios que permiten
retrasar los síntomas asociados, síntomas cognitivos, psiquiátricos,
conductuales y por ello de retrasar un descenso en la calidad de vida de estas personas.
La terapéutica no es sencilla.
Los recursos farmacológicos de los que disponemos son limitados, no dando
respuesta a esta problemática en estadíos tempranos. Uno de los recursos que
apunta a mejorar los síntomas que se presentan y retrasar la posible aparición
o gravedad de otros son las terapias que se engloban dentro de lo que se conoce
como “estimulación cognitiva”. Dentro de estas terapias se persigue el
estimular, a este grupo de población a través de talleres o programas de memoria,
atención y actividades de la vida diaria con el fin de mejorar la
sintomatología que presentan, preservar aquellas funciones susceptibles de
cambio y entrenar en hábitos importantes para la autosuficiencia en el manejo
de lo cotidiano. Así mismo es un buen recurso para la familia, puesto que por
un lado reciben información y claves para ayudar al manejo diario del día a día
y los efectos que la pérdida de memoria u otras habilidades suponen. Por otro
lado son entrenados para ser un apoyo importante dentro de la compensación y
mejoría de las pérdidas que implica la disfunción cognitiva. Además conviene
tener en cuenta la alimentación mantener una vida social y familiar activa,
seguir realizando todas las tareas cotidianas que sean posibles y realizar
algún tipo de ejercicio físico.
En conclusión, ésta es una
realidad cada vez más frecuente en nuestros hogares. Realidad que debe ser
tomada en cuenta tanto por profesionales y familiares para detectar y tratar
cuando todavía no se ha producido un deterioro significativo de las actividades
de la vida diaria y que nos permita mantener y cuidar al máximo de las
posibilidades disponibles la calidad de vida de nuestros mayores.