viernes, 30 de noviembre de 2012

A MÁS LONGEVIDAD, MÁS DETERIORO


Dña. Begoña Martínez Pelegrín
Neuropsicóloga. Coordinadora de la Unidad de Daño Cerebral y Rehabilitación de Enfermedades Neurológicas.

El aumento de la esperanza de vida conlleva la aparición de enfermedades en personas mayores.
El actual incremento de la esperanza de vida en la población conlleva que aparezcan enfermedades y síndrome asociados al envejecimiento. Entre aquellos que hallamos en persona mayores se encuentran las relacionas con el cerebro, con la función cognitiva: el deterioro cognitivo leve y las demencias.

En la actualidad existen divergencias sobre las bases teóricas del deterioro cognitivo leve (DCL) pero es un concepto que se usa para definir un síndrome clínico que aparece en personas mayores donde sucede un deterioro de los procesos mnésicos, es decir, una alteración en la memoria.

Entre los criterios diagnósticos que actualmente se utilizan entre los profesionales para catalogar el DCL se incluyen quejas de pérdida de memoria, preferiblemente corroborado por otra persona (familiar o cuidador) que deben ser corroboradas mediante la realización de test neuropsicológicos como una alteración de la memoria con respecto a lo que correspondería para la edad  y el nivel educativo.

Estudios poblacionales muestran que la prevalencia del DCL es de un 30% en personas mayores de 65 años. Al igual que ocurre con las demencias, el DCL aumenta con la edad y con el menor nivel educacional.
Dicha prevalencia lleva a que las quejas sobre la función cognitiva de los pacientes sea un motivo creciente de demanda de atención neurológica, por un lado y de un aumento en la investigación sobre enfermedades neurodegenerativas y el DCL.
Se cree que este grupo de pacientes tiene un riesgo elevado a desarrollar la enfermedad de Alzheimer, sugiriéndose que entre un 10-20%% de estos pacientes desarrollan la enfermedad en comparación con un 1-2% de personas sanas de la misma edad.

La aparición de diferentes síntomas y la evolución de los mismos suponen que aunque en fases iniciales las actividades de la vida diaria aparecen conservadas, es a través del tiempo cuando surge el menoscabo de las mismas, convirtiéndose en una preocupación tanto de la persona afectada como de la familia, disminuyendo la calidad de vida en este grupo de población.
Por todo ello se hacen necesarias dos cuestiones importantes:
-La primera de ellas tiene que ver con la detección temprana del cuadro, que resulta de especial importancia dada las tasas de desarrollo de una enfermedad neurodegenerativa posterior.

En la actualidad, tanto la investigación como la actividad clínica nos han dotado de pruebas diagnósticas que nos ayudan a detectar estos primeros síntomas, de entre ellas las evaluaciones cognitivas-neuropsicológicas toman un importante papel. En este nuevo grupo de pacientes se está desarrollando una amplia línea de investigación que busca definir factores predictores de demencia y encontrar estrategias terapéuticas para retardar un deterioro cognitivo mayor, y evitar una mayor afectación sobre la calidad de vida de estas personas.
Pero no sólo esta detección recae sobre los profesionales clínicos, sino que un papel fundamental descansa sobre aquellos que conviven con el afectado. Pequeños olvidos son los primeros que dan la pista. Descuidos en el hogar como no tender una lavadora, dejar un cazo en el fuego, pequeños desarreglos en el aseo personal, preguntar varias veces lo mismo, repetir tareas que se acaban de hacer, olvidarse del nombre de algunas personas, aumento de síntomas ansiosos o agitación son señales que pueden pasar desapercibidas y que no tienen por qué significar nada, pero si se repiten en el tiempo, deben avisarnos de que es posible que un problema esté apareciendo.

-Por otro lado, surge la necesidad de tratamiento  de este grupo de población. Actualmente no disponemos de ningún recurso que evite la aparición de una enfermedad neurodegenerativa, pero sí contamos con medios que permiten retrasar los síntomas asociados, síntomas cognitivos, psiquiátricos, conductuales y por ello de retrasar un descenso en la calidad de vida de estas personas.
La terapéutica no es sencilla. Los recursos farmacológicos de los que disponemos son limitados, no dando respuesta a esta problemática en estadíos tempranos. Uno de los recursos que apunta a mejorar los síntomas que se presentan y retrasar la posible aparición o gravedad de otros son las terapias que se engloban dentro de lo que se conoce como “estimulación cognitiva”. Dentro de estas terapias se persigue el estimular, a este grupo de población a través de talleres o programas de memoria, atención y actividades de la vida diaria con el fin de mejorar la sintomatología que presentan, preservar aquellas funciones susceptibles de cambio y entrenar en hábitos importantes para la autosuficiencia en el manejo de lo cotidiano. Así mismo es un buen recurso para la familia, puesto que por un lado reciben información y claves para ayudar al manejo diario del día a día y los efectos que la pérdida de memoria u otras habilidades suponen. Por otro lado son entrenados para ser un apoyo importante dentro de la compensación y mejoría de las pérdidas que implica la disfunción cognitiva. Además conviene tener en cuenta la alimentación mantener una vida social y familiar activa, seguir realizando todas las tareas cotidianas que sean posibles y realizar algún tipo de ejercicio físico.

En conclusión, ésta es una realidad cada vez más frecuente en nuestros hogares. Realidad que debe ser tomada en cuenta tanto por profesionales y familiares para detectar y tratar cuando todavía no se ha producido un deterioro significativo de las actividades de la vida diaria y que nos permita mantener y cuidar al máximo de las posibilidades disponibles la calidad de vida de nuestros mayores.

martes, 27 de noviembre de 2012

TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD: Un futuro esperanzador


En los comienzos del siglo XXI en la Salud Mental nos hemos encontrado desbordados en las consultas, desde la Anorexia y Bulimia hasta las adicciones múltiples, llegando a los Trastornos de la Personalidad.

Siempre se ha asociado el término locura a unos pacientes que están “fuera de la realidad”, a la psicosis principalmente, pero ¿no está fuera de la realidad el maltratador o la anorexia o simplemente nosotros cuando no aceptamos que no está todo lo que queremos disponible llegando a enloquecer como niños? Vamos a respetar la palabra locura y dejarla a un margen.

Cuando se definió el término locura, los “locos” eran encadenados con cadenas pesadas para que no se escaparan y considerados endemoniados en los antiguos asilos. Fue Pinel, médico del siglo XVIII, quien les quitó las cadenas, los limpió y dijo que no estaban embrujados, comenzando a tratarlos dignamente como enfermos y como personas. Desde entonces, han pasado muchas cosas y la salud mental ha avanzado hasta el dia de hoy de forma exponencial, pero tenemos que seguir quitando cadenas.

 El Dr. Lopez-Ibor advierte textualmente que “los principales males que centran la atención en el campo de la psiquiatría de nuestra época ya no son los extraños locos de los asilos o de las calles, sino fenómenos de suicidios en adolescentes, violencia juvenil y doméstica o el abuso de drogas”.

Lo primero a plantear es la idea de si son enfermos o no. Tal vez lo más prudente sea deducirlo, decir que si acuden al psiquiatra, psicólogo, urgencias, etc., con sufrimiento, autolesiones, ideas suicidas y conflictos en general, será que “algo” les pasa. En mi opinión claramente son enfermos, pero las cadenas las tienen puestas  “en su carácter” principalmente y esto no se entiende tan claro y nítido como se podría entender en una enfermedad muy conocida como es la Esquizofrenia, de ahí que sus familiares se desesperen todavía más.

Desde las definiciones que se han dado, podría decirse de los Trastornos de la Personalidad que son aquellas personas con dificultades claras arraigadas en su carácter y en su conducta, con dificultades que se empiezan a manifestar con claridad en su juventud.

 Lo más fácil primero sería entender qué es la personalidad. En el ser humano hay como un trípode que lo conforman la constitución (el cuerpo), el temperamento y el carácter.

Lo que ocurre es que la constitución y el temperamento (determinada forma de reaccionar congénitas) obedecen más a la herencia genética y el carácter, sin embargo, surge cuando interacciona eso que traemos de casa (el temperamento) con el medio ambiente (padres, amigos, hermanos, rupturas, humillaciones, etc.) y de esa interacción que se va formando desde que somos pequeños surge el carácter.

Pero es que, además, lo que coloquialmente se denomina “mi forma de ser” (el carácter) es un peso muchas veces para la persona, porque es una forma “automática” en la que “yo” me manejo todos los días porque he aprendido a hacerlo así para defenderme de la vida, por eso hay gente más masoquista que otra, otros más extrovertidos, otros más solitarios y otros tremendamente suspicaces que sospechan hasta de su sombra.

 En los Trastornos de la Personalidad es donde hay un carácter patológico que dificulta la convivencia consigo mismos y con los demás, todo esto de una forma repetitiva como hemos dicho, automática y permanente en su vivir diario. Según en que área vital se está produciendo el sufrimiento se podrá hablar de un tipo u otro de Trastorno de Personalidad. Pero más allá de los tipos, lo que importa es que ese desequilibrio emocional y vital, común en casi todos, crea una angustia devastadora y  se trasluce apareciendo dificultades en la familia, el trabajo, la salud, el amor, y también las conductas anómalas por las que se expresa este desequilibrio: adicciones, trastornos alimentarios, violencia física y/o verbal y los intentos suicidas. Muchas veces estas conductas son vías de escape a esta gran angustia que sufren, pero no su patología central (el carácter).
 
Lo que queremos transmitir es un futuro más esperanzador para estos pacientes, porque psiquiatras y psicólogos tenemos mayor conocimiento teórico de ellos. La investigación biológica y genética así como en Neuroimagen están fuertes en este campo, igual que el avance de una psicoterapia más específica para ellos.

Estamos claramente más preparados que antes y aunque se habla alguna vez como los “nuevos pacientes crónicos”, ya no es lo mismo, quitaremos poco a poco sus cadenas y seguiremos trabajando por darles el espacio digno que se merecen en la salud mental de hoy.


Dra. Paloma C. Navarro Gómez
Psiquiatra. Clínica Mediterránea de Neurociencias

viernes, 23 de noviembre de 2012

EL CIRCUITO EMOCIONAL VITAL: LA GANANCIA, LA PÉRDIDA Y SU DUELO.

A lo largo de la historia de la filosofía, la psiquiatría y la psicología numerosas han sido las categorizaciones que han tratado de aprehender y describir la capacidad emocional del ser humano en sus distintas tendencias y manifestaciones.
Amor, alegría, miedo, enfado y tristeza se presentan como el resumen troncal. Las emociones primarias que subyacen a la creatividad expresiva de la persona, que las transforma en asuntos complejos como la culpa, la ira, la euforia, la impulsividad, la inhibición y tantas otras maneras que tenemos de conducirnos en el día a día, y que guarda una relación directa con lo que nos acontece: los asuntos de la vida. Con lo que en la vida ganamos y con lo que en la vida perdemos.
Estas emociones las aprendemos desde nuestra primera ganancia: la ganancia de una vida, que viene dada en nuestra primera relación que es siempre  la relación con la madre. El amor está referido a la emoción de vínculo, de pertenencia y seguridad en el otro que experimenta el sistema nervioso del bebé en el útero materno. Es ahí mismo donde se aprende la segunda emoción, que en adulto llamamos alegría y que tiene que ver con el bienestar.
Después llega la primera pérdida: la de la posición privilegiada uterina. Y todos los mamíferos reaccionamos al nacimiento con una respuesta de orientación para adaptarnos al nuevo medio (el aprendizaje del miedo), para defendernos luego del cambio en un llanto rabioso que ayuda a que se nos cuide en la supervivencia (nuestro primer enfado), calmándose éste poco a poco a la rendición. Cuando el llanto está calmado hemos sembrado la tristeza sana, la de asumir el cambio de la realidad tal cual viene y tal cual es y que se convertirá en el adulto en aceptación que posibilite realidades nuevas. Es entonces cuando el bebé resuelve su primer duelo y puede establecer un nuevo vínculo de relación con la madre: el paso al calor del pecho.
De esta manera, convertimos la pérdida de una relación en la ganancia de una relación nueva, el final de una cosa en el inicio de otra. La vida en su sentido completo, que es el que incluye el ganar y el perder.
En el mundo adulto nos manejamos con la pérdida constantemente. Fallecimientos de seres queridos, rupturas de pareja, movimientos económicos, laborales, sociales, etc, activan continuamente esta secuencia en nosotros. El proceso de duelo.
El duelo se complica en la dificultad que las personas tenemos para soltar aquello que hemos tomado de la vida y el miedo que entraña entrar en contacto con ese dolor. Por ello a veces nos entretenemos tras una pérdida en diversas fases que recuerdan a las emociones primarias, pero son rebusques disfrazados.
La diferencia entre el dolor real que nos fortalece y el sufrimiento que nos debilita: la agitación y la falsa alegría, la euforia, la dependencia como representantes sustitutos de las dos primeras. La llamada fase de negación en forma de racionalización que hace búsquedas de culpables, de cómos y de porqués y realidades alternativas ocupa el lugar del miedo a mirar el cambio que la pérdida opera en mi vida. También es diga de señalar, la rabia trasladada: muevo el enfado que me produce perder aquello que yo tanto quería hacia enrabietarme contra mí, contra otros o contra el mundo y las circunstancias. Todo ese trabajo de ira forma parte de evitar llorar la pérdida.
Porque tememos el dolor por si nos rompemos tanto. Lo cierto es que el dolor es parte importante de la vida misma y es en él donde tomamos la fuerza para dar paso a que otras cosas empiecen. No nos rompemos de dolor y sí nos enfermamos de luchar contra él a base de sufrimientos, de emociones secundarias. Porque ahí paralizamos la cadena de la vida, que es la de estar disponibles para seguir perdiendo y seguir ganando.
Cristina González Pérez
Psicóloga. Servicio de Psicología y Psicoterapia CMN

miércoles, 21 de noviembre de 2012

ALTERACIONES DE CONDUCTA EN MENORES

Últimamente, existe una considerable alarma social, acerca de los problemas de conducta en los menores. Conceptos como adolescentes problemáticos, niños tiranos, chicos sin valores, etc., han pasado a formar parte del vocabulario de todos.
Es cierto que, ha aumentado la prevalencia de casos de niños y adolescentes con problemas de conducta, lo indican las cifras oficiales y la experiencia de psiquiatras y psicólogos que trabajan en el ámbito clínico y social.
Cuando hablamos de trastornos de conducta nos referimos a comportamientos que  sobresalen de la normalidad, por su frecuencia, intensidad, duración o impacto en el entorno.
Uno de los factores que incide en la aparición de esta problemática, es el estilo educativo de los padres. Este estilo se refiere al conjunto de actitudes, comportamientos y criterios que aplican los padres en la crianza de los hijos. Se denominan estilos porque mantienen una estabilidad a lo largo del tiempo.
Principalmente existen tres estilos educativos: estilo autoritario, permisivo y democrático.
El estilo educativo autoritario se basa en la imposición de normas, una baja afectividad y comunicación, rigidez en los castigos y alta exigencia. Este estilo sería el más utilizado en generaciones anteriores, donde la obediencia y sumisión a los padres y sus deseos era una máxima en las familias.
El estilo educativo permisivo se caracteriza por normas muy laxas, poca autoridad, alta expresión de afectividad, bajo nivel de control, encomendar la educación a otros agentes, como la escuela, refuerzos inmediatos y sobredimensionados. Este estilo sería el utilizado por los padres de la última generación, en el que se valora el refuerzo o bienestar inmediato antes que la confrontación o el mantenimiento de normas o límites.
El estilo educativo democrático por el contrario se da en familias con altos niveles de comunicación y afectividad, establecen límites y normas claras, se mantienen en el tiempo, refuerzo de logros y control sobre los hijos, pero control que permita realizar actividades de manera autónoma.
Cada uno de estos estilos va a influenciar en el comportamiento y autoconcepto de los niños. La mayoría de los psicólogos coincidimos en decantarnos por un estilo educativo democrático, en el que se produce un equilibrio, entre el afecto que se les proporciona a los niños y la autoridad necesaria, para que puedan respetar los límites que se  imponen en casa y con los que en muchas ocasiones no estarán de acuerdo.
No hay que tener miedo a ejercer autoridad como padres, imponiendo normas y límites coherentes, porque éstas no son una cuestión de poder, sino una manera de ordenar los espacios  y relaciones, de cada uno de los miembros de la familia.

Establecer una comunicación rica, mantener las normas y las consecuencias de su cumplimiento, promover un alto nivel de afectividad y fomentar la autonomía, son algunas de las premisas fundamentales que van a producir una tendencia de comportamiento en los menores, en la que se minimizará el riesgo de padecer trastornos de conducta.

En los últimos cincuenta años, se ha producido un movimiento de péndulo, pasando de una educación severa y rígida a excesivamente permisiva.  Lo más sensato sería encontrar un punto medio, un equilibrio, que permita a los niños desarrollarse de manera óptima, en este entorno actual.
Raquel Pérez Matas. Psicóloga Infantil.
Servicio de Salud Mental del Niño y del Adolescente
Clínica Mediterránea de Neurociencias
www.cmn-alicante.com
 

jueves, 15 de noviembre de 2012

LA ANSIEDAD


La ansiedad es un componente básico de la condición humana. Es un fenómeno experimentado en cualquier cultura o sociedad que surge como una reacción fisiológica y emocional ante diferentes situaciones ambientales. Como mecanismo de supervivencia del organismo, desempeña un papel protector en la preservación del individuo y de la especie, ya que sirve para alertar al ser humano de posibles peligros así como enfrentarse o adaptarse a ellos.  
  
Existen diversos casos donde las respuestas de ansiedad no funcionan como mecanismo adaptativo, de tal manera que el individuo las percibe como respuestas descontroladas, demasiado exageradas para el estímulo que las ha provocado y fuentes de sufrimiento en el que las padece. A esta manifestación se le llama ansiedad patológica, ya que aparecen ante estímulos insignificantes, presentando una intensidad exagerada o persistiendo más allá de lo necesario. Los trastornos de ansiedad, junto con las adicciones, son los problemas clínicos más frecuentes entre la gente.
  
Algunas manifestaciones clínicas de la ansiedad patológica son las crisis de angustia (presencia de estallidos bruscos e inesperados de ansiedad con sensaciones de carácter físico que producen el temor a un ataque cardiaco), la agorafobia (aparición de ansiedad al encontrarse en lugares o situaciones donde escapar puede resultar difícil o embarazoso), la fobia social (temor repetido al exponerse a situaciones sociales en las que el sujeto se enfrenta a personas que no pertenecen al ámbito familiar, así como a la posible evaluación por parte de los demás).   
  
Las características cognitivas de todas estas patologías son:  

1) Las preocupaciones excesivas e incontrolables relacionadas con la incapacidad para hacer frente a las dificultades cotidianas. 
2) El temor a las críticas de los demás. 
3) Una atribución errónea de los síntomas físicos de ansiedad (por ejemplo la creencia errónea de que la taquicardia va a ir acompañada de un ataque al corazón o de que el malestar subjetivo experimentado es una señal de que se está volviendo loca).  

Las mujeres se ven más afectadas que los hombres por los trastornos de ansiedad. Quizás esto se pueda explicar  desde una perspectiva biológica, pues la ansiedad favorece la supervivencia de la mujer, menos dotada físicamente para defenderse de los peligros de la naturaleza, que requiere una protección adicional durante el embarazo y la crianza de los hijos. 

Problemas médicos como la diabetes, la hipertensión o el cáncer pueden provocar ansiedad adaptativa o ansiedad patológica, dependiendo de la gravedad objetiva de la enfermedad, la personalidad de la persona, las estrategias de afrontamiento y la presencia o ausencia de apoyo social y emocional. 

Se ha descubierto que una situación de ansiedad crónica afecta al sistema inmunológico disminuyendo el nivel de resistencia del individuo ante ciertas enfermedades. La ansiedad, en ausencia de tratamiento, puede dar lugar a la aparición de trastornos como el consumo perjudicial de sustancias (alcohol o benzodiacepinas), la depresión, o enfermedades físicas (úlceras, afecciones cutáneas, tensión muscular, disfunciones sexuales, fatiga crónica y trastornos cardiovasculares). 

Un problema importante relacionado en los problemas de ansiedad son las conductas de evitación. Éstas consisten en posponer actividades que se deberían llevar a cabo, no aceptar invitaciones o no enfrentarse con las dificultades. En un primer momento producen alivio, sin embargo esta evitación acaba minando la confianza de uno mismo y cada vez se amplían más las situaciones temidas. 

Los tratamientos de la ansiedad dependen del enfoque utilizado, aunque todos buscan  reducir el nivel de ansiedad para poder tener una calidad de vida adecuada. Desde una perspectiva cognitivo-conductual se utilizan sobre todo técnicas de relajación y respiración. Se considera que el reaprendizaje de una respiración adecuada es una estrategia de afrontamiento útil para hacer frente a la activación fisiológica de este tipo de problemas; la relajación es un medio muy adecuado para reducir la tensión crónica y para controlar las respuestas de activación del organismo.

Desde una perspectiva farmacológica los ansiolíticos funcionan como calmantes temporales de tal manera que cuando se suprime su consumo vuelve a aparecer la ansiedad, motivo por el que se recomienda compaginar los tratamientos farmacológicos con tratamiento psicológico.

Óscar Guinea, psicólogo. Unidad de Psicología CMN