viernes, 23 de noviembre de 2012

EL CIRCUITO EMOCIONAL VITAL: LA GANANCIA, LA PÉRDIDA Y SU DUELO.

A lo largo de la historia de la filosofía, la psiquiatría y la psicología numerosas han sido las categorizaciones que han tratado de aprehender y describir la capacidad emocional del ser humano en sus distintas tendencias y manifestaciones.
Amor, alegría, miedo, enfado y tristeza se presentan como el resumen troncal. Las emociones primarias que subyacen a la creatividad expresiva de la persona, que las transforma en asuntos complejos como la culpa, la ira, la euforia, la impulsividad, la inhibición y tantas otras maneras que tenemos de conducirnos en el día a día, y que guarda una relación directa con lo que nos acontece: los asuntos de la vida. Con lo que en la vida ganamos y con lo que en la vida perdemos.
Estas emociones las aprendemos desde nuestra primera ganancia: la ganancia de una vida, que viene dada en nuestra primera relación que es siempre  la relación con la madre. El amor está referido a la emoción de vínculo, de pertenencia y seguridad en el otro que experimenta el sistema nervioso del bebé en el útero materno. Es ahí mismo donde se aprende la segunda emoción, que en adulto llamamos alegría y que tiene que ver con el bienestar.
Después llega la primera pérdida: la de la posición privilegiada uterina. Y todos los mamíferos reaccionamos al nacimiento con una respuesta de orientación para adaptarnos al nuevo medio (el aprendizaje del miedo), para defendernos luego del cambio en un llanto rabioso que ayuda a que se nos cuide en la supervivencia (nuestro primer enfado), calmándose éste poco a poco a la rendición. Cuando el llanto está calmado hemos sembrado la tristeza sana, la de asumir el cambio de la realidad tal cual viene y tal cual es y que se convertirá en el adulto en aceptación que posibilite realidades nuevas. Es entonces cuando el bebé resuelve su primer duelo y puede establecer un nuevo vínculo de relación con la madre: el paso al calor del pecho.
De esta manera, convertimos la pérdida de una relación en la ganancia de una relación nueva, el final de una cosa en el inicio de otra. La vida en su sentido completo, que es el que incluye el ganar y el perder.
En el mundo adulto nos manejamos con la pérdida constantemente. Fallecimientos de seres queridos, rupturas de pareja, movimientos económicos, laborales, sociales, etc, activan continuamente esta secuencia en nosotros. El proceso de duelo.
El duelo se complica en la dificultad que las personas tenemos para soltar aquello que hemos tomado de la vida y el miedo que entraña entrar en contacto con ese dolor. Por ello a veces nos entretenemos tras una pérdida en diversas fases que recuerdan a las emociones primarias, pero son rebusques disfrazados.
La diferencia entre el dolor real que nos fortalece y el sufrimiento que nos debilita: la agitación y la falsa alegría, la euforia, la dependencia como representantes sustitutos de las dos primeras. La llamada fase de negación en forma de racionalización que hace búsquedas de culpables, de cómos y de porqués y realidades alternativas ocupa el lugar del miedo a mirar el cambio que la pérdida opera en mi vida. También es diga de señalar, la rabia trasladada: muevo el enfado que me produce perder aquello que yo tanto quería hacia enrabietarme contra mí, contra otros o contra el mundo y las circunstancias. Todo ese trabajo de ira forma parte de evitar llorar la pérdida.
Porque tememos el dolor por si nos rompemos tanto. Lo cierto es que el dolor es parte importante de la vida misma y es en él donde tomamos la fuerza para dar paso a que otras cosas empiecen. No nos rompemos de dolor y sí nos enfermamos de luchar contra él a base de sufrimientos, de emociones secundarias. Porque ahí paralizamos la cadena de la vida, que es la de estar disponibles para seguir perdiendo y seguir ganando.
Cristina González Pérez
Psicóloga. Servicio de Psicología y Psicoterapia CMN

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