viernes, 14 de diciembre de 2012

Ser buenos padres con nosotros mismos


Cristina González Pérez.
Servicio de Psicología y Psicoterapia
                                                                                                                                                                         
La parte fundamental de nuestra personalidad se forja de los 0 a los 6 años. En este tiempo aprendemos las nociones básicas, lo fundamental para sobrevivir en nuestro mundo, que es la familia. Aprendemos a obtener atención que nos asegure supervivencia y estimulación a través de ser muy buen niño, o un niño simpático, o  de llorar o tener miedo o rabietas. En cada familia o sistema educacional hay unas emociones más permitidas que otras. Así es como nace la tendencia emocional que gestará el adulto. Y en cada momento de esa familia existen unas necesidades de función creadas de forma diferente, lo que hace que un hermano difiera de otro emocionalmente, siendo criados aparentemente “igual”, con la misma intencionalidad por los padres.

Los padres nos dan la vida y después, si están disponibles, nos dan mucho más. Nos dan la crianza, los límites y la frustración, los recursos y las dificultades con los que ellos se toparon. Con todo esto ya tenemos un sistema emocional. Ése sistema emocional en mi edad adulta permanece intacto en mi edad infantil, continúa funcionando a mis 35 años igualito que una niña de 5 o de 6 años. Tomamos de ellos sus tendencias emocionales y también algunas de sus maneras de hacer, al igual que una larga lista de ideas y creencias acerca del mundo. Sobre esto construimos una estructura adulta, que aprende a relacionarse con la realidad, a manejarse con el mundo y tomar decisiones, y además generamos la capacidad de pensar acerca de todo esto: de cómo funciona el mundo y de cómo funciono yo. Y con todas esas estructuras me he ido al mundo de los mayores sintiendo, decidiendo, pensando...bailando con la vida. Y en ese baile con la vida aparece el dolor, que forma parte de la vida auténtica. A menudo, queremos solucionar ese dolor huyendo de él, entrando en la autoexigencia o enfadándonos con el mundo. En numerosas ocasiones atribuimos nuestro dolor a que nuestros padres  no nos dieron suficiente (atención, cariño, recursos...).
Lo cierto es que si hoy soy adulto es que he tenido suficiente. Probablemente mucho más que suficiente. Ahora toca mirar de la siguiente manera: mi parte emocional es una niña pequeña de no más de siete u ocho años. Tengo una parte adulta y responsable además, y una parte sabia que en el fondo sabe lo que esa niña necesita. Nos toca ahora, pues, ser buenos padres con nosotros mismos ¿Qué ha de darle mi parte sabia y adulta a mi niña pequeña enfadada, triste, asustada o dolorida?: el sostén.
 
Lo que quiero ser cuando sea niña es tener la capacidad de la alegría y del amor, de la curiosidad por aprender. Que mi adulto sano me acompañe en las disciplinas necesarias para acceder a todo eso. Y que me dé permiso para estar triste,  miedosa y enfadada también, porque eso me completa. Siempre acunándome en estos trances (a veces nos los regañamos), tocándome la espalda para sentir calor, el amor por mí misma. La hora del adulto cuando aprendemos de nuevo a cuidar a ese niño que fuimos, cuando nos ayudamos a ser el niño que queremos ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario